24 septiembre 2009

UN LUGAR EN NINGUNA PARTE

La cocaína es un estimulador del sistema nervioso. Funciona mediante la modulación de la dopamina y sus restos se esconden entre los plieges de las visas oro. La heroína es justo lo contrario. Es un opiáceo y su función sedante conoce la geografía desolada de la derrota. Contempladas desde la distancia, hay muertes que se antojan perfectas y hasta necesarias. Sólo así se explica el estatus de mito que muchas estrellas del cine alcanzan tras un golpe de fatalidad, la mayoría de las veces con la inestimable colaboración de alguna (o ambas) de las sustancias antes referidas. La muerte de River Phoenix es de esta especie. Phoenix murió el 31 de octubre de 1993 a la salida del club más cool de Los Ángeles. Un latigazo se llevó por delante la vida del actor más prometedor y mejor dotado de su generación. Tenía 23 años. A su muerte, River Phoenix no había rodado ninguna película incontestable que avalara su fama. Sin embargo, nadie dudada de que él, y ningún otro (ni Johnny Deep, ni Brad Pitt, ni Keanu Reeves), era el mesías. Había conseguido, sólo, una nominación al Oscar por su trabajo en “Un lugar en ninguna parte”. Así me siento en esas ocasiones en las que rememoro ciertas pesadillas e intuyo que mi presencia en este mundo es testimonial. Es entonces cuando intento recurrir a la cocaína o a la heroína. A veces las mezclo con la poca fortuna de que la vida no me es arrebatada. Hace tiempo que comprendí que mi destino no pasa por ser un mito. Desde entonces me cuesta conciliar el sueño. Siempre creí que había nacido para ello. No sé si es que tengo un ego superlativo o un ansia terrible de perdurar, como le ocurría a Juan Ramón Jiménez. Quizá se trate de una de esas enfermedades denominadas como raras, una de esas malatías cuyos genes identificará un equipo andaluz en el plazo de tres años. Andalucía, con el Proyecto Genoma Médico, se sitúa en la vanguardia de la ciencia. Dicho proyecto permitirá disponer, por vez primera, del patrón común para todo genoma humano, un mapa estándar con el que después se compararán las variaciones en el genoma de personas enfermas para saber qué gen causa la dolencia. Y tú en ese lugar tan apartado del mundo, en ninguna parte. Confío en que, para cuando el proyecto funcione a todo gas, hayas vuelto y que la vida me haya situado en algún lugar, que no continúe perdido. Ya no lo estará Rafael Nájera. Hoy es el mejor día de sus veintiséis largos años de investigación. Por fin se ha desarrollado una vacuna eficaz contra el sida. Ahora, los macabros consejos que parten del Vaticano (sexo sin preservativo) dejarán de transformar la vida de millones de ciudadanos que contraen el virus VIH, la mayor parte de ellos en el continente negro: África. Precisamente ése es el nombre de una niña que se paseaba conmigo cuando apenas tenía diecisiete años y aún mi adolescencia no había llegado a su cénit. Hace unas semanas se casó. Las noticias no terminaron ahí. Su amiga, cuyo nombre ocultaré por no volver a padecer esas terribles pesadillas (no por ella, sino por su ausencia), también acaba de pasar por el altar. Y es así como cojo un enfado tremendo hacia la Iglesia y me encona saber que sólo ICV ha votado a favor la reprobación del Papa por arremeter contra el preservativo. El condón (no usarlo, más bien) ha causado más muertes que las armas atómicas. Lo digo ahora que Obama ha dado el primer paso para que un día, más pronto que tarde, no existan en nuestro planeta. La ONU, en una votación histórica, votó a favor una resolución contra la proliferación nuclear. Irán está cada vez más aislada del mundo. Entre otras cosas porque Ahmadineyad es un presidente de escasa legitimidad. La revolución verde, las convocatorias masivas de iraníes en las calles efectuadas por Twitter, siguen su marcha imparable aunque el foco mediático se haya apagado. Luego dirán que internet no sirve para nada. Que nos pregunten a nosotros. He comprendido que jamás llegaré a ser un mito. Aunque comparta con River Phoenix un lugar en ninguna parte. Estoy condenado a vivir, a que mi vida no sea truncada en plena juventud. A compartir mi viaje y cientos de amaneceres. A hallar algún camino que pueda dirigirme hasta el lugar donde me guían mis necesidades. Y para eso están tus ojos.

23 septiembre 2009

FENÓMENOS

Cada noche es una liberación. Desde la ventana de mi habitación se ven los reflejos del asfalto sobre los paseos que se abren lúcidos al viento. Cada tipo que pasa tiene un rostro y una historia. Una historia que quizá me podría ayudar a cerrar mi novela y enviarla al editor de una vez por todas. Sé que no se convertirá en un best seller, pero eso no me preocupa. Realmente, lo prefiero. Normalmente, los fenómenos literarios están etiquetados como obras de baja calidad literaria, aunque no siempre es así. Quizá, mi intención ha sido ser diferente a los demás, por eso siempre me he decantado por leer obras más intensas, aunque menos mediáticas. Los fenómenos, digo, nunca fueron mi predilección. Así fue como leí a Ruiz Zafón antes de que "La sombra del viento" lo consagrara, como ni tan siquiera olí a Harry Potter y como jamás me interesé por Reverte, Falcones, Vargas Llosa, Dan Brown o similares. Una tarde fría y gris, de aquellas que tantas veces padecí en Roma, puse la primera piedra de lo que a continuación sería un fenómeno de masas. Pero aquella tarde yo sólo quería ponerle colores a mi vida en la soledad de una ciudad desconocida. Así fue como me bajé del autobús en Largo Argentina y entré en un gran negocio decorado en un rojo pasional que resultaba perfecto para mi desahuciada moral. En la libreria Feltrinelli busqué y busqué hasta encontrar un libro con título sugerente. Ya saben, algo original y un poco romántico. Aún nada había del efecto Moccia. Naturalmente, compré "Tres metros sobre el cielo", la primera novela de Moccia. A España llegarían antes sus dos obras posteriores, fruto del negocio en que estos días están inmersas las casas editoriales. Cuando leí a Moccia, éste no era aún un reconocido escritor, sino, quien sabe, me hubiese perdido una de las historias de amor más bellas de la literatura actual. Rehuso de leer lo que leen los demás. Pero estos días de sensaciones reencontradas e ilusiones recobradas ha llegado hasta mí el libro que en las noches de soledad y melancolía apaga tus fuegos. Hablo de la triología de Stieg Larsson, que nació en Suecia y al que quizás te hayas entregado por ese aire escandinavo que tiene todo lo que te rodea. La viuda de Larsson nos ha descubierto estos días de citas a escondidas (tuenti es un arrojadizo arma de infidelidades) que el autor de esta sensacional saga presenció una violación y que, por ello, siempre se sintió culpable. Algo similar debería sentir Luis Bárcenas, ahora que el Senado ha aceptado su suplicatorio y lo ha puesto a disposición del Tribunal Supremo. Se enfrenta a los delitos de cohecho y delito fiscal por su relación con la trama Gürtel, que tan generosos dividendos ha repartido entre la pléyade popular, entre esos incorruptibles que profesan la doctrina férrea de los legionarios de Cristo, pero, eso sí, sólo para los demás. Pobre del mísero que robe una gallina, porque le caerá encima todo el peso de esta justicia tan especial que disfrutamos. Eva Gabrielsson, viuda de Stieg Larsson, a pesar del gran éxito de las obras de éste, no nadará en la abundancia. La editora de Larsson, su padre y su hermano, han sido los beneficiarios de su herencia. A Eva no le corresponde nada material (nunca contrajo matrimonio oficialmente con Stieg). Pero Eva dice tener algo más grande que los herederos legítimos: las experiencias compartidas con él. No será una experiencia muy agradable la próxima cena de nochebuena en el hogar de los Pajín Larrea. La madre, concejal del Ayuntamiento de Benidorm, ha levantado la voz a su hija, Leire, secretaria de organización del PSOE. Se pondrán de uñas cuando tengan que recordar la llegada de los socialistas (ex socialistas ya) a la alcaldía de Benidorm. Copiaron el modus operandi de Eduardo Zaplana, que en 1991 también utilizó un tránsfuga en su ascenso al poder, de forma que los populares no podrán ser demagogos esta vez. Pero para una historias novelesca yo elegiría el mandato de Manuel Zelaya en Honduras. Al menos, sus últimos días. El derrocado presidente ha intentado volver a su país de mil formas. Lo acaba de hacer de una manera peculiar: refugiándose en la Embajada de Brasil. Roberto Micheletti, actual dirigente hondureño, ya ha pedido a Lula que le entregue a Zelaya. Bárcenas, de momento, no tendrá que refugiarse. Otros, sin embargo, necesitamos hacerle cada poco, después de ver volar un universo de pájaros. Quizá la historia más bella que pueda escribir esté en tus ojos. Y como, más pronto que tarde, tu mirada volverá a divisar los alegres amaneceres que se levantan sobre el Castillo de Gibralfaro. Esta historia no me la robará, aunque pudiera, Stieg Larsson para un nuevo best seller. La viviré en primera persona y seré el narrador si así tú me lo permites. Será el fenómeno más grande jamás contado. Y ya no podré decir que detesto los best seller.

21 septiembre 2009

LA BUENA ESTRELLA

A sus recien cumplidos 75 años, Sophia Loren sigue excultante. La diva italiana, mujer y símbolo, estrella para todas las generaciones, seductora a una edad delicada en que provocar emociones puede ser peligroso, tiene el mundo a sus pies. Hace mucho (veinticuatro años exactamente) que no aparece en ninguna película. Este año se ha puesto de nuevo delante de la cámara. Casualmente, el ayudante de dirección de ese filme es Sebastiano Riso, un hermano más que un amigo. Sebastiano tiene lo que podíamos denominar como buena estrella. Aún es un joven y ya ha participado en multitud de películas como ayudante de los mejores directores italianos. Ahora, tendrá la suerte de compartir rodaje con uno de los mitos vivos más importantes del celuloide. Sebastiano es de esos seres a los que siempre quieres tener cerca. Todo lo que toca se convierte en oro y por eso siempre he confiado en él y en su carrera cinematográfica. Muchas tardes, en la soledad de mi escritorio, comienzo a darle forma a un guión porque sé que, por malo que sea, cuando Sebastiano le de forma será una historia fantástica. Seguramente, Sophia Loren no conozca las grandes cualidades de mi amigo, aunque bastaría con que Sebastiano le dejase admirar algunos de sus espléndidos cortometrajes. Desconozco quien protege a Sebastiano en esta siempre difícil industria. No sé si es alguien fuerte o no, pero lo que si sé es que ésta es una práctica habitual en el cine italiano. Sin ir más lejos, y a pesar del Oscar y el Globo de Oro, el mayor triunfo de Sophia Loren ha sido ser la esposa y la madre de los hijos de Carlo Ponti, 22 años mayor que ella. No es el único caso protector: Dino De Laurentis lanzó a Silvia Mangano y a Gina Lollobrigida y Franco Cristaldi, años más tarde, haría lo propio con la exquisita Claudia Cardinale. Cuentan las biografías que, de la mano de Ponti, Sophia aprendió idiomas e historia con un profesor que también actuó como espía de los diversos pretendientes de la belleza italiana. Cary Grant y Frank Sinatra competían por su amor. Durante el rodaje de Guerra y Paz en Madrid, Grant estuvo a punto de llevarse el premio. Pero Ponti se presentó de repente en la ciudad, se llevó a Sophia a México y se casaron. Sophia fue siempre fiel al productor italiano. "Es una diversión a la que yo no juego", dijo una vez cuando le preguntaron acerca del adulterio. Una bella historia la de Ponti y Sophia Loren, digna de una gran película. En la vida real no suceden estas cosas. O al menos no suelen salir bien. Recuerdo cuando en mayo de 2008 volé a Roma en busca de sus ojos. Como aquella tarde en el parque de Celimontana busqué sus manos que por primera vez fueron distantes, y como el dolor penetró en mi cuerpo cuando la abracé bajo la atenta mirada del Coliseo. Pasaron los días y me fui diluyendo como un azucarillo, consciente de que mi aventura no había tenido la acogida esperada. En mis adentros escuché esos ritmos casi tétricos de la banda sonora de Psicosis, la película de Hitchcock. Y es que el amor no siempre sale airoso. Quizá en aquella ocasión me falló mi buena estrella. En realidad, no he dejado de buscarla desde entonces. En estos casi dos años, la verdad, es que no me ha salido nada bien. Podrían hacerse muchos guiones con mi vida. Por quien brindo, no podía ser menos, es por Maribel Verdú. Fue mi icono sexual de adolescencia. A muchos le pasó lo mismo. La simetría de su fortuna (y su incasable trabajo), de su buena estrella, la ha convertido en una de las máximas autoridades del cine patrio. Ahora ha recibido de manos de Ángeles González-Sinde la Medalla de Oro de la Academia del Cine, el máximo galardón que otorga el ministerio de Cultura. Habiéndolo recibido de ella (guionista del filme que catapultó a Verdú), auguro que la actriz mantendrá su buena estrella. Y así ha sido como el amor y el cine, al menos por esta vez, han servido para aparcar esta terrible crisis que vivimos.

18 septiembre 2009

PASEANDO A ORILLAS DEL DANUBIO

Viena, 1913. Por sus calles, un pobre y necesitado ex estudiante de arte, en los días en los que el invierno arreciaba con dureza, paseaba por los corredores del museo del palacio Hofburg. Allí pasaba las horas mirando las piezas que le atraían, por las que sentía un extraño poder de seducción. Eran las insignias de los Habsburgo. Y mientras se deleitaba con ellas, aquel joven, Adolf Hitler, soñaba con poseer el objeto más deseado en la historia: la Santa Lanza, aquella que atravesó el costado de Cristo después que éste expirara en la Cruz. Mientras Marta paseaba sus ojos por aquella misma lanza, pensaba en el extraño final que tuvo el último poseedor del sagrado objeto. La leyenda cuenta que, en el instante en el que los aliados descubrieron todos los objetos sagrados que el führer tenía en su posesión, una bala sesgaba su vida. Ahora, Marta ha encontrado esta joya, como muchas otras, en el museo del Tesoro secular y sacro que se encuentra ubicado en la parte más antigua del Palacio Imperial. En ese lugar predilecto no tendrán lugar Josias Kumpf, Anton Tittjung ni Johann Leprich, los tres guardianes nazis que Ismael Moreno, juez de la Audiencia Nacional, ha procesado por genocidio. Sólo en el campo de concentración de Mauthausen estuvieron prisioneros 7.000 españoles, de los cuales apenas 2.600 sobrevivieron. Uno de ellos fue Jorge Semprún. Tanto él como los cientos de prisioneros anónimos de estas cárceles del terror merecen hoy un reconocimiento, el mismo que las grandes potencias les han denegado en las conmemoraciones habidas (y por haber). También lo merecen las víctimas del Gulag soviético, que aunque suenen menos, fueron más. Pocos como Primo Levi o el propio Semprún han retratado en sus obras la dureza de los campos de concentración. No tengo derecho ni siquiera a imaginarlo, pero las nuevas generaciones deberían de conocer el horror perpetrado en esos confinamientos para que nunca jamás volviera a ocurrir. No tengo su testimonio, pero sí las actas de las pertinentes administraciones policiales y penitenciarias. Hoy sé que es real, que mi abuelo materno estuvo ocho largos años recluido en campos de concentración y que tuvo que realizar trabajos forzados. Que magnánimo sería su horror que jamás habló de aquel sinsentido. Seguramente preferiría imaginarse paseando por las calles de Viena, esa ciudad mágica que desde hace unas semanas cuenta con tu presencia. Te marchaste sin el poema que te prometí, pero no volverás sin tenerlo. He pensado que podríamos escribirlo juntos, compartiendo nuestras penas y nuestras ilusiones mientras recorremos las grandes avenidas de la Schubertring. Escribirlo mientras se nos muestra la grandiosidad de una ciudad que un día fue imperial y que, en toda y cada una de sus calles, sigue derrochando aquel aire majestuoso de emperadores y emperatrices bañando sus monumentos en color dorado. Entiendo ahora la esencia de Gustav Klimt al usar oro en muchas de sus obras maestras, como en El Beso, sita en el museo Belvedere. No sé si habré de caminar hasta allí para rozar tus labios. Se quedarán con ganas de hacerlo los seis militares italianos a los que un ataque suicida de la insurgencia ha robado la vida en Kabul. Umberto Bossi, líder de la Liga Norte, fiel aliado del Gobierno Berlusconi, ha aprovechado el momento para pedir la retirada de las tropas patrias. Il Cavaliere le ha sonreído, sabedor de la importancia de contar con su apoyo. Sólo algún político serio, como Fini (aunque no comparta sus postulados teóricos) ha reprendido a sus colegas por su discurso facilón ahora que la pesadilla y el terror se han adueñado de Italia. Cuesta creer que Fini sea el líder de Forza Italia, el partido hereditario del fascismo italiano. Forza Italia proviene del Movimiento Social Italiano, creado seis meses después de acabar la II Guerra Mundial. 18 meses más tarde, ya tenían representación parlamentaria. Cuenta el escritor siciliano Andrea Camilleri que cuando llegó en 1945 a Roma había pintadas que decían: “Devolvednos al cabezón”. La gente quería que Mussolini volviera otra vez. El maestro de la novela negra no sale de su asombro y dibuja la negritud del panorama político italiano. Recuerda un artículo de Herbert Matthews, periodista de The New York Times. Decía: “no habéis matado al fascismo realmente y es una enfermedad que sufriréis durante décadas, reaparecerá en formas que no reconoceréis”. Y en esas están, preguntándose si Berlusconi es fascista o no. Camilleri, sin embargo, sigue manteniendo la rabia, esa vieja rabia comunista que él sigue reivindicando como antídoto moral para su país, esa Italia que pese a todo vota y admira a Berlusconi. Menos populista, pero tan efectista como él, Angela Merkel, que en poco más de una semana se juega la cancillería alemana. Mientras, en nuestro país, Zapatero vuelve a contar con el temido ejército estalinista que, por desgracia, aún vive dentro del PSOE. Son los hooligans de la política. No aprecian el derecho de otros muchos socialistas a disentir, al menos en parte, para ayudar a mejorar algo en lo que creemos. Mi abuelo lo hizo, y eso no le impidió defender unos dogmas por los que tuvo que sobrevivir en las oscuras cloacas del fascismo. Es triste que se repitan esos campos de concentración, aunque sean intelectualmente hablando, en pleno siglo XXI. Como pregona Juan Carlos Rodríguez Ibarra, “nadie se atreve a levantar la voz en el PSOE”. Y así es como nadie ha criticado que los socialistas españoles hayan dado su voto a Durao Barroso para que siga presidiendo la Comisión Europea. Daniel Cohn-Bendit, líder de Los Verdes en Europa, ha insistido en que, que los socialistas españoles voten por Barroso es como si Zapatero pidiera el voto para Rajoy. Ahora que te cuento todo esto, seguro que te alegrarás de estar paseando a orillas del Danubio. Porque, aunque ya no tengamos ni derecha ni izquierda, Viena siempre será el mismo lugar imperial de antaño. Más ahora que tú paseas por sus doradas calles.

15 septiembre 2009

TOREAR EL MIEDO

El miedo es un estado fundamentalmente humano. Y aunque en otros animales tiene cabida, en el hombre se agudiza por su condición de ser racional. Se puede advertir de muchas formas: temblor, agazapamiento, reticencia, lágrimas… Al miedo no hay que temerle, es algo natural al que todos nos enfrentamos alguna vez cuando nos encontramos ante una situación de desconocimiento, tanto a un acontecimiento como al futuro, el más alejado y el inminente. Es normal, por eso, que el miedo, sobre todo, aparezca en una situación de peligro. Incluso los toreros lo padecen. Y así fue como el onmipresente Corbacho, para fomentar arrojo en el diestro, dijo a José Tomás: “nunca a una figura del toreo, y tú lo eres, lo mata un toro en una plaza grande. Todos mueren en plaza chica con toro chico”. No le falta razón al maestro Corbacho. Paquirri murió en 1984 en la plaza de Pozoblanco (Córdoba). En otro foso sin historia, Talavera de la Reina (Toledo), sucumbió en 1920 Joselito. Y fue en un ruedo sin luces ni sombras, Linares (Jaén), donde Ignacio Sánchez Mejía, en 1934, y Manolete, en 1947, perdieron la vida. Todos tienen en común su juventud y la máxima de Corbacho. A Sánchez Mejía le recordó de forma sublime Federico García Lorca. Por los demás, nadie vertió unos versos. Y es ahora cuando me viene a la memoria aquella célebre frase de un Gustavo Adolfo Bécquer que ya advertía su muerte cercana: “es triste morir joven y no contar con una sola lágrima de mujer”. El poeta sevillano tuvo tres amores en su vida, pero uno por encima de todos: Julia Espín. Como al maestro no le fue bien con ella, tuvo que torear en plazas más pequeñas hasta que un toro chico y aparentemente inofensivo se lo llevó por delante (su esposa Casta Esteban le fue infiel, algo que le hundió en la desesperación hasta los últimos días de su existencia). Mi vida no está llena de estridencias, no es maravillosa y tampoco suelo salir frecuentemente por la puerta grande a pesar de que haya nacido en la cuna del toreo. Los éxitos siempre me dieron la espalda. Sin embargo, la otra noche olvidé mis miedos, mis reticencias y el temblor que aún causan en mí tu ausencia. Y entonces Madrid ya no me pareció aquella guarida de leones agresivos y lobos solitarios. Ese lugar tenue y sitiado de antaño. Las luces de su noche más exquisita me miraron para condensar ese instante para siempre. Y vi sus ojos. Y sentí el frío de otras ocasiones. Me di cuenta que todo había sido un espejismo y que la cruda realidad seguía ahí enfrente. Volví a tener miedo pero me di cuenta de que a la realidad hay que engañarla para no sucumbir a las miserias. Y así fue como conocí a Claudia, una joven inefable que me enseñó el camino. Ella se había sacudido el miedo al descubrir esa extravagante disco en forma de barco en el centro de la ciudad. Claudia acude cada noche a uno de esos garitos a los que la moda ha arrancado su glamour. Es el refugio perfecto para alguien que quiere huir de su apellido, de su condición aristócrata y de todo aquello que rodea a sus históricos ascendientes. Ella no vacila cuando habla de política, ni le da varias vueltas al ruedo. Claudia se pone de lado de la razón y de la clase obrera, y eso te hace dudar de su condición aristócrata. Parece, sin duda, haber encontrado su sitio tras un intenso peregrinar, algo que, sin embargo, no le ha ocurrido a Pedro Solbes, que deja su acta de diputado para presidir EFRAG, el Grupo Asesor Europeo sobre Información Financiera. Meses atrás, en marzo de este mismo año, ya había dejado la Vicepresidencia del Gobierno y la cartera de Economía por su creciente rivalidad con Zapatero a causa del estallido de la crisis económica y, sobre todo, de las fórmulas adoptadas para hacerle frente. Solbes llegó a admitir ante los medios que sentía envidia de Mariano Bermejo, cuando éste, acorralado por las críticas por su famosa cacería sin licencia, puso en bandeja su cargo al presidente. Ahora Solbes ya tiene lo que quería: estar del otro lado de la valla. Lo hace ahora, justo cuando se debe votar el Presupuesto en el Congreso (unas cuentas que él no aprueba) y cuando las voces críticas comienzan a arreciar dentro del PSOE. Para colmo, los datos de la UE no son nada halagüeños: vaticinan que España seguirá en recesión a final de año y que en 2010 tendremos más de un 20 % de paro. Y es que el fantasma de la crisis no se va ni con agua caliente. El que sí se nos ha ido y se ha convertido en el fantasma más querido de la historia por los amantes del cine es Patrick Swayze, el protagonista de Ghost. Lo ha arrastrado hasta la otra orilla un cáncer de páncreas, justo ahora que el páncreas artificial está más cerca que nunca. Una fundación estadounidense ha logrado probar con éxito un sensor subcutáneo de glucosa que toma lecturas constantes y envía datos a un pequeño computador mediante bluetooth, avisando de esta forma al usuario si se detecta una hipoglucemia. Los diabéticos están de enhorabuena, ya no han de tener miedo por las consecuencias de su enfermedad (me duele no decir lo mismo a esos tres millones y medio de parados). Espero que Zapatero, que también debe de tener algún tipo de miedo, sepa encontrar una solución a esta crisis, aunque sea artificial, y sepa capear, como buen torero, la que tenemos encima. Con Solbes, o sin él. Pero con la certeza de que todo acaba. Así, con una entereza inusitada, Bécquer, en su lecho de muerte, suspiró a sus amigos más íntimos: “todo mortal”. Y seguro que entonces el poeta estaba muerto de miedo.